Una plaza de pueblo

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Las estaciones se alternan en el curso de un solo día. Por la mañana temprano hace un fresco de otoño. A mediodía es verano otra vez. Tengo una cita para comer por la zona alta de la Castellana y salgo pronto para llegar a tiempo andando. A los pocos minutos y con la energía de la caminata ya hace tanto calor que me sobra la chaqueta. He ido muy rápido y he llegado con media hora de antelación. Un regalo de tiempo. Llevo conmigo Le Rouge et le Noir. Por no salir al tráfico de la Castellana entro por una calle lateral y me encuentro en menos de un minuto en una plaza pequeña y solitaria que parece de pueblo. Los misterios provincianos de Madrid. Es una plaza muy modesta, con casas bajas, con dos o tres árboles y unos setos en el centro, con unos pocos bancos. Sobre uno de ellos cae una sombra perfecta para esta casi media hora de lectura con la que me veo de pronto entre las manos. Entre los setos, para que no falte ningún efecto de plazuela de provincia, hay un busto de poca altura de un señor con bigotes. A José María Palacio, dice en la inscripción. En la esquina veo también ese nombre: Plaza del poeta José María Palacio. Una plaza a la escala de un poeta olvidado. Entonces salta la conexión: a José María Palacio le dedicó Antonio Machado uno de los grandes poemas de Campos de Castilla. Me siento a leer y aunque la Castellana y el Bernabeu y las torres de Azca están muy cerca es como si estuviera en una de esas plazas silenciosas de Baeza o de Soria por las que andaba como un fantasma don Antonio Machado.

  A JOSÉ MARÍA PALACIO

Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!…

¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?

Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.

¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!

¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?

Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.

Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.

¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?

Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,

¿tienen ya ruiseñores las riberas?

Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra…